Capitulo
13. “La nueva casa”
La
luz del sol se filtraba por las finas y delgadas cortinillas de las
ventanas del autobús. Los asientos no eran muy cómodos, ni si
quiera era buenos para mantenerse sentado en ellos un rato a penas,
no sin acabar desesperado para encontrar una buena postura.
Daniel
yacía dormido aun en uno de aquellos asientos, para ser exacto en la
penúltima fila de asientos, a la derecha, con asiento de ventana. La
luz tenue que se filtraba por la cortinilla extendida sobre la
ventana, no le molestaba, ya se había acostumbrado a dormir con la
luz del sol dándole de lleno en la cara en las mañanas en las que,
tras aparecer el alba en el horizonte de los tejados de las casitas
del pueblo, Carlos, tras sus rutinarias e inaguantables palizas, se
retiraba a dormir y descansar para variar un poco.
Apenas
había pasado una buena noche tras la huida planeada con su abuelo de
casa, y le atormentaba la idea de que Carlos pudiera torturar a sus
abuelos, o llegar a hacerles daño por no haberse quedado a soportar
sus típicas palizas cada vez que iba de visita. A pesar de aquello y
de la incomodidad de los asientos de aquel autobús, pudo dormirse.
El
bullicio de la gran ciudad ya era parte del ruido del ambiente, y
junto a ello venía la necesidad de encender el aire acondicionado
del autobús por el calor que comenzaba a generarse por la entrada y
salida de personas en las paradas que hacía el bus en plena ciudad
antes de llegar a la estación.
Daniel
se despertó de golpe por un fuerte pitido de uno de los coches que
intentaba adelantar al autobús por ir “muy despacio”, ya que
tendían a circular a mayor velocidad de la establecida como es
normal.
Se
sentó bien sobre su asiento. El bullicio de la calle le era algo
extraño, por lo que tras retirarse las pequeñas lagañas de sus
ojos como pudo, y de revolotearse algo el pelo, recogió la pequeña
cortinilla que le tapaba la vista de las calle. La luz del sol lo
deslumbró de golpe, por lo que tubo que entrecerrar los ojos y
taparse algo con una de sus manos, pero al acostumbrarse pudo, aunque
torpemente, abrir bien los ojos para mirar con detenimiento aquella
ciudad.
Todo
era multitudes de personas andando de aquí para allá y de allá
para acá sin cesar. Colas de coches aparcados a los lados de las
aceras, y otros cuantos circulando sin cesar por las carreteras,
dando a pensar que nunca llegarían a estar vacías.
El
autobús giró metiéndose, por lo visto, por lo que era la gran vía
de la ciudad. Todo lleno de tiendas de las que no dejan de salir
hombres y mujeres, adolescentes y jóvenes, en pareja, en grupos, de
mil formas. Un bullicio bastante intenso era cuanto escuchaba. Gente
hablando, andando, corriendo, cogiendo coches o un taxi. Saliendo de
edificios o entrando en otros, la verdad es que pensaba que el
costaría un tiempo acostumbrarse a todo aquello.
De
una de las tiendas pudo distinguir a alguien que le era conocido. Se
fijó el instante que el autobús en marcha le concedió y pudo
conseguir averiguar de quien se trataba. Era Emma, aquella chica,
amiga de Shara que estuvo con ellos en casa, y estaba acompañado de
un chico alto y otras tres chicas más, pero ni una de ellas tenía
ese color rojizo que tanto le encantaba de Shara, por lo que dio por
supuesto que ella no estaría entre ese grupillo y Emma y apartó la
mirada para seguir observando aquella gran ciudad.
Todo
siguió así hasta que alcanzó a oír a uno de los ocupantes del
autobús hablando con su compañero que ya estaban llegando a la
estación. Eso en parte le puso nervioso, por otro lado le emocionó,
y no sabía como reaccionar, así que esperó paciente mirando por
aquella ventana hasta ver que el autobús se paraba en un anden. Se
levantó desperezándose tímidamente y estirando un poco las piernas
salió de aquel autobús, se dirigió a las cocheras y recogió su
maleta con tranquilidad, luego se sentó en uno de los bancos
próximos y se quedó observando a al gente que paraba a su
alrededor, esperando a que llegara aquel amigo del que le habló su
abuelo.
Pasó
el tiempo. El sol estaba casi su cabeza, lo que más o menos le
quería indicar que estaría casi sobre al hora del medio día
comenzando su tarde en aquella ciudad. ¿Tanto estaba tardando aquel
amigo o es que se habían olvidado de él?. La verdad es que no lo
sabía. Se levantó de aquel banco y maleta en mano comenzó a
caminar por la estación tranquilamente, no tenía mejor que hacer,
aunque se moría de ganas de volver a ver o escuchar a Shara, era
inevitable para él.
Se
metió la mano en el bolsillo, rebuscando en el su móvil, y cuando
se disponía a sacarlo lentamente de golpe observó a un hombre
acercándose hacia él, como con prisa, por lo que se detuvo y dejo
su móvil donde mismo estaba, quedándose como esperando una reacción
por parte de dicho hombre, hasta que se paró delante suya y
suspirando simplemente resopló, como si acabase de quitarse un gran
peso de encima, por lo que supuso que aquel hombre sería el amigo de
su abuelo.
Era
un hombre de una edad media, para ser exactos tenía 50 años, el
pelo algo canoso y con una raya en medio, peinado como en los
antiguos años de la clásica España. Sus ojos eran de un tono verde
apagado y sus ojeras y patas de gallo podían mostrar que no había
tenido una buena vida, o al menos, no últimamente. Tenía un mentón
imponente y era algo corpulento a pesar de la edad, con una estatura
bastante alta y de un porte serio y respetable. Vestía con un traje
de color gris, con una camisa roja que aparentaba ser de alta gama y
una vistosa corbata de color plateado que deslumbraba sobre aquel
rojo de la camisa y daba un toque aun más elegante a aquel traje
grisáceo. La corbata iba algo desahogada, y al verdad es que aunque
aquel hombre impusiese, el sudor de su frente, la corbata mal
colocada y el traje abierto mostrando parte de la camisa fuera del
pantalón no daban una muy buena impresión, y mucho menos con aquel
hedor a alcohol con el que venía. El olor que desprendía a tabaco,
tanto por el aliento como por su ropa ya le daba algo igual, estaba
acostumbrado por aquellos días en los que su abuelo traía a gente a
casa y acababan todos fumando con tranquilidad en el salón, pero
aquel hedor tan fuerte a alcohol le echaba algo a atrás.
Tras
recuperar el aliento, al fin, aquel hombre le dirigió la palabra.
-Tu
eres Daniel Castro, el nieto de Antonio Castro, ¿cierto?. -Dijo
bastante despistado y observando todo a su al rededor.
-Mmm...
Esto... Sí, soy yo. ¿Es usted el amigo del que me habló mi
abuelo?. -Preguntó algo dudoso Daniel.
-Sí,
lo soy, perdona por la tardanza. Soy Jaime Benítez, puedes llamarme
Jaime a secas, no muerdo. -Y soltando una leve risa le tendió su
mano para estrechar ambas.
-Es
un placer Don Jaime. -Daniel estrechó su mano con la suya notando
todo aquel sudor que desprendía.
-No
hace falta que me digas don, señor, ni me hables de usted, tu
tranquilo, si quieres solo llámame Jaime. ¿Vamos hacía casa?.
-Preguntó ya más relajado.
-Cuando
quiera, yo le estaba esperando. -Le respondió Daniel con una leve
sonrisa esbozada en su boca.
Tras
esto ambos salieron, camino de la gran vía de aquella ciudad, y tras
atravesar algunas calles que había justo en esta misma gran vía,
llegaron hasta a un edificio bastante grande y que por lo que podía
ver, no parecía haber sido precisamente barato, menos teniendo en
cuenta que estaba a siete minutos de la misma gran vía.
Por
el camino aquel hombre simplemente se limitó a decirle por donde ir,
y ay en el mismo ascensor comenzó a disculparse por su tardanza. Le
explicó que había tenido un problemilla en casa y se le pasó el
tiempo bastante rápido y cuando quiso darse cuenta ya era demasiado
tarde. A Daniel la verdad es que no parecía importarle, solo quería
algo de agua y poder dejar sus cosas, de las que no se había
despegado, aunque fuesen en el suelo.
Ascendieron
hasta el sexto piso y entraron en el sexto “B”. Aquella casa era
bastante bonita, pero al pasar a la cocina, el ver aquellas botellas
de alcohol medio vacías o rotas, encontrarse con medio paquete de
tabaco casi liquidado en un cenicero y algunas cosas tiradas o
destrozadas por el suelo le dieron mucho que pensar sobre los que
vician en aquella casa, aunque Daniel prefería no juzgar hasta saber
y conocer de verdad a aquellas personas a las que le acogían sin
más.
Bebió
agua y Jaime se acercó para decirle que el acompañase, lo dirigió
hasta el final del único pasillo de aquella casa y le abrió la
puerta de la derecha con tranquilidad, dando a ver una habitación
limpia y ordenada, con una cama bastante amplia, unas paredes de un
azul claro bastante bonito, un escritorio de madera bastante
trabajado y antiguo, un armario empotrado en una de las paredes,
pintado a semejanza e igualdad al color de la paredes, unas cuantas
lejas con unos pocos libros y una bonita mesita de noche cerca de la
cama. La verdad es que la habitación estaba muy bien, es más,
disponía de un pequeño balcóncito que por lo visto conectaba casi
todas las habitaciones de aquella casa, aunque tenían un pequeño
muro entre balcón y balcón. Las puertas de cristal de el balcón
estaba tapadas con unas finas cortinas azuladas bastante sedosas.
Todo aquello al verdad es que le encantó, y la habitación tenia un
toque acogedor, por lo que dejó sus cosas sobre la cama y el
escritorio con mucho cuidado, aunque lo primero que hizo al hacer
esto fue sacarse una pequeña foto que estaba escondida entre las
páginas de un libro antiguo, era una fotografía de su madre. Sonrió
con una leve lagrima y escondió la foto directamente de nuevo en
aquel libro, el cual mezcló entre los de las lejas.
Emma
estaba tranquila, andando por al calle junto a Bratt, el cual iba con
ella en cierto modo para protegerla de cualquier tontería de Aidan,
y en parte porque le gustaba, aunque eso ya saltaba a la vista.
Junto
a ellos dos iban Camile, la hermana menor de Aidan, Delia, y Marta,
que eran el grupillo de amigas que tenia Emma por la zona sin contar
a Shara, la cual no había ido porque le había tocado tener que ir
con su madre y su hermana a casa de sus tíos.
La
verdad es que ya estaban algo cansadas de ir tienda por tienda y
decidieron irse a sus respectivas casas y luego quedar algo más
tarde, por el calor. Así que cada uno tomó su camino, todos menos
Bratt, el cual no se separó de Emma hasta que llegaron a casa de
esta y entraron juntos.
-Emma...
Esto, si quieres esta tarde puedo venir antes, por recogerte y tal...
-Dijo entrecortado Bratt.
-Bobo...
No hace falta, hablé con mi madre y me ah dicho de llevarme ella.
-Dijo con una sonrisa en su boca.
Algo
sonrojado y cortado asintió. -De acuerdo, pues nada, nos vemos a las
seis donde siempre, ¿va?.
-Claro
que si bobito, tu tranquilo, que no va a pasarme nada, que las
paredes no muerden, a lo mejor mi madre si, pero las paredes no.
-Dijo regalando le una amplia sonrisa.
-Vale,
cuídate va, luego nos...
De
golpe Bratt fue interrumpido por la madre de la misma Emma en la
misma puesta de casa y con una agradable sonrisa dijo cortando a
ambos. -Anda Bratt, ¿te vas ya?. ¿Por qué no te quedas a comer en
casa?. Yo invito, vosotros relajaos, así os llevo a los dos luego.
Bratt
no sabía que decir, estaba algo más sonrojado, y mirando a Emma a
los ojos como pidiendo permiso, de golpe, esta añadió.
-Anda
pasa bobo, quédate por favor. -Dijo muy alegre y con unos ojos
rogativos llenos de cariño.
-De
acuerdo, me quedo a comer con ustedes, muchas gracias de verdad.
-Respondió Bratt.
-No
hay de que, anda pasad los dos que me acaparáis la puerta entera.
-dijo la madre de Emma.
Ambos
rieron sonrojados mirándose a los ojos, la verdad es que ninguno se
lo esperaba.
Jaime estaba ordenando como podía la cocina, es más, en cuanto pudo
Daniel salió de la habitación para ayudarle también, en parte por
ayudar al pobre hombre y en parte por que le daba algo de cosa que
todo estuviese tan sucio.
Tras
limpiar toda la cocina Daniel estaba un poco manchado, una de las
botellas se le volcó sobre la camiseta en un despiste e iba perdido
por decirlo de algún modo. La verdad es que Jaime estaba bastante
agradecido con al ayuda que le había ofrecido Daniel, uno de sus
hijos volvería en un rato a casa y si llega a ver al cocina así
seguro que le dedicaría una cara de asco y odio. De nuevo miró el
reloj de la cocina, el cual había mirado muy de vez en cuando
mientras limpiaban aquel estropicio y al ver la hora se llevó las
manos a la cabeza.
-Mierda...
Mierda... Mi mujer me mata, y mi hijo más de lo mismo... Oye Daniel,
tengo que irme corriendo a por mi hijo mayor, estará esperándome
como una media hora o más en casa de sus tíos, que esta con su
madre, la que me mata como no lo recoja y lo lleve para casa, que no
se fía de él... Bueno, el caso, que si quieres... Bueno,
deberías... Esto, que creo que deberías ducharte, por lo de la
botella y tal... Es que si llega mi mujer y te pilla así... Bueno
que intentes estar presentable, me harías un favor... Si se enteran
de lo de la cocina... Bueno que me marcho, el agua siempre esta
caliente, por eso no te preocupes, el baño es el de la puerta de en
medio del pasillo a al izquierda, adiós. - Dicho esto salió
corriendo antes de que Daniel pudiera responder.
-Pues
bueno... A ducharse se ha dicho. -Se dijo a si mismo Dani.
Daniel
se fue a la que a partir de ahora hasta un tiempo sería su
habitación, se cogió algo de ropa interior y desvistiéndose en la
habitación casi por completo aprovechando que no había nadie se fue
luego a la ducha.
Camile
estaba de camino a su casa. Era una muchacha bastante atractiva, de
un metro sesenta más o menos, un rostro bastante bonito, un pelo
largo y algo rizado de un negro bastante oscuro, unos ojos de color
gris claro bastante extraños a la vez que hermosos y unos labios
rosados bastante resaltados sobre su piel de un tono carne cálido y
por el color de su pelo y ojos. Vestía con unos pantalones cortos
vaqueros, unos tacones de ultima moda de tacón ancho, y una camiseta
algo ancha y metida bajo el pantalón, enseñando los hombros, que
era de color blanca y azul a rayas horizontales.
Iba
a un buen paso y en nada estaba subiendo por el ascensor, sacó de su
bolso negro y pequeño unas llaves y abrió al puerta con cierta
alegría de poder llegar y ponerse el aire acondicionado para
quitarse en parte el calor de la calle, aunque tenia pensado darse
una buena ducha nada más llegar y relajarse, cerró la puerta y se
metió en su cuarto, dejo las cosas y cuando salió de la habitación
para ir a la cocina la puerta del baño se abrió y de golpe se
encontró con un chico de pelo negro y ojos azules, tapado por una
toalla de cintura para abajo, col alguna que otra marca sobre su
piel, la cual estaba aun algo mojada y el cual se quedó algo
sorprendido, y muy sonrojado volvió a meterse dentro cerrando al
puerta. Camile simplemente esbozó una sonrisa tonta, se había
quedado a la vez que pillada por que hubiese alguien en casa a quien
no conocía, y por otro lado, como ya sabía que venia un chico a
vivir con ellos, algo atontada mirándolo de arriba a abajo
disimuladamente, se llevó el dedo indice a la boca mientras este se
había encerrado y con una leve risita y un leve sonrojo en las
mejillas se fue alegré hacia el salón.
Daniel
estaba en el baño, rojo y muy avergonzado, intentando calmarse, ya
que le vieran así y encima vieran las marcas de su hermano no era
algo agradable, mientras que Camile estaba en el salón, encendiendo
el aire y con una sonrisa tonta, buscando el numero de una de sus
amigas en el móvil, estaba bastante contenta de lo que acababa de
ver y no iba a quedarse callada, y menos iba a intentar conocer quien
era y saber de él, se podría decir que le acababa de entrar de
lleno por los ojos.
Lo
peor aun no había llegado, ya que Daniel no sabía que aquella chica
era la hermana de Aidan, al cual golpeó con violencia hace muy poco.
Aun
debían saberse muchas cosas, nuevas cosas iba apareciendo, nuevos
problemas, nuevas oportunidades, mil cosas están aun por pasar con
la vida de cada uno, aun queda... historia que contar.