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18 abr 2013

Capitulo 13. "La nueva casa"


Capitulo 13. “La nueva casa”


La luz del sol se filtraba por las finas y delgadas cortinillas de las ventanas del autobús. Los asientos no eran muy cómodos, ni si quiera era buenos para mantenerse sentado en ellos un rato a penas, no sin acabar desesperado para encontrar una buena postura.
Daniel yacía dormido aun en uno de aquellos asientos, para ser exacto en la penúltima fila de asientos, a la derecha, con asiento de ventana. La luz tenue que se filtraba por la cortinilla extendida sobre la ventana, no le molestaba, ya se había acostumbrado a dormir con la luz del sol dándole de lleno en la cara en las mañanas en las que, tras aparecer el alba en el horizonte de los tejados de las casitas del pueblo, Carlos, tras sus rutinarias e inaguantables palizas, se retiraba a dormir y descansar para variar un poco.
Apenas había pasado una buena noche tras la huida planeada con su abuelo de casa, y le atormentaba la idea de que Carlos pudiera torturar a sus abuelos, o llegar a hacerles daño por no haberse quedado a soportar sus típicas palizas cada vez que iba de visita. A pesar de aquello y de la incomodidad de los asientos de aquel autobús, pudo dormirse.
El bullicio de la gran ciudad ya era parte del ruido del ambiente, y junto a ello venía la necesidad de encender el aire acondicionado del autobús por el calor que comenzaba a generarse por la entrada y salida de personas en las paradas que hacía el bus en plena ciudad antes de llegar a la estación.


Daniel se despertó de golpe por un fuerte pitido de uno de los coches que intentaba adelantar al autobús por ir “muy despacio”, ya que tendían a circular a mayor velocidad de la establecida como es normal.
Se sentó bien sobre su asiento. El bullicio de la calle le era algo extraño, por lo que tras retirarse las pequeñas lagañas de sus ojos como pudo, y de revolotearse algo el pelo, recogió la pequeña cortinilla que le tapaba la vista de las calle. La luz del sol lo deslumbró de golpe, por lo que tubo que entrecerrar los ojos y taparse algo con una de sus manos, pero al acostumbrarse pudo, aunque torpemente, abrir bien los ojos para mirar con detenimiento aquella ciudad.
Todo era multitudes de personas andando de aquí para allá y de allá para acá sin cesar. Colas de coches aparcados a los lados de las aceras, y otros cuantos circulando sin cesar por las carreteras, dando a pensar que nunca llegarían a estar vacías.


El autobús giró metiéndose, por lo visto, por lo que era la gran vía de la ciudad. Todo lleno de tiendas de las que no dejan de salir hombres y mujeres, adolescentes y jóvenes, en pareja, en grupos, de mil formas. Un bullicio bastante intenso era cuanto escuchaba. Gente hablando, andando, corriendo, cogiendo coches o un taxi. Saliendo de edificios o entrando en otros, la verdad es que pensaba que el costaría un tiempo acostumbrarse a todo aquello.
De una de las tiendas pudo distinguir a alguien que le era conocido. Se fijó el instante que el autobús en marcha le concedió y pudo conseguir averiguar de quien se trataba. Era Emma, aquella chica, amiga de Shara que estuvo con ellos en casa, y estaba acompañado de un chico alto y otras tres chicas más, pero ni una de ellas tenía ese color rojizo que tanto le encantaba de Shara, por lo que dio por supuesto que ella no estaría entre ese grupillo y Emma y apartó la mirada para seguir observando aquella gran ciudad.
Todo siguió así hasta que alcanzó a oír a uno de los ocupantes del autobús hablando con su compañero que ya estaban llegando a la estación. Eso en parte le puso nervioso, por otro lado le emocionó, y no sabía como reaccionar, así que esperó paciente mirando por aquella ventana hasta ver que el autobús se paraba en un anden. Se levantó desperezándose tímidamente y estirando un poco las piernas salió de aquel autobús, se dirigió a las cocheras y recogió su maleta con tranquilidad, luego se sentó en uno de los bancos próximos y se quedó observando a al gente que paraba a su alrededor, esperando a que llegara aquel amigo del que le habló su abuelo.


Pasó el tiempo. El sol estaba casi su cabeza, lo que más o menos le quería indicar que estaría casi sobre al hora del medio día comenzando su tarde en aquella ciudad. ¿Tanto estaba tardando aquel amigo o es que se habían olvidado de él?. La verdad es que no lo sabía. Se levantó de aquel banco y maleta en mano comenzó a caminar por la estación tranquilamente, no tenía mejor que hacer, aunque se moría de ganas de volver a ver o escuchar a Shara, era inevitable para él.
Se metió la mano en el bolsillo, rebuscando en el su móvil, y cuando se disponía a sacarlo lentamente de golpe observó a un hombre acercándose hacia él, como con prisa, por lo que se detuvo y dejo su móvil donde mismo estaba, quedándose como esperando una reacción por parte de dicho hombre, hasta que se paró delante suya y suspirando simplemente resopló, como si acabase de quitarse un gran peso de encima, por lo que supuso que aquel hombre sería el amigo de su abuelo.
Era un hombre de una edad media, para ser exactos tenía 50 años, el pelo algo canoso y con una raya en medio, peinado como en los antiguos años de la clásica España. Sus ojos eran de un tono verde apagado y sus ojeras y patas de gallo podían mostrar que no había tenido una buena vida, o al menos, no últimamente. Tenía un mentón imponente y era algo corpulento a pesar de la edad, con una estatura bastante alta y de un porte serio y respetable. Vestía con un traje de color gris, con una camisa roja que aparentaba ser de alta gama y una vistosa corbata de color plateado que deslumbraba sobre aquel rojo de la camisa y daba un toque aun más elegante a aquel traje grisáceo. La corbata iba algo desahogada, y al verdad es que aunque aquel hombre impusiese, el sudor de su frente, la corbata mal colocada y el traje abierto mostrando parte de la camisa fuera del pantalón no daban una muy buena impresión, y mucho menos con aquel hedor a alcohol con el que venía. El olor que desprendía a tabaco, tanto por el aliento como por su ropa ya le daba algo igual, estaba acostumbrado por aquellos días en los que su abuelo traía a gente a casa y acababan todos fumando con tranquilidad en el salón, pero aquel hedor tan fuerte a alcohol le echaba algo a atrás.
Tras recuperar el aliento, al fin, aquel hombre le dirigió la palabra.
-Tu eres Daniel Castro, el nieto de Antonio Castro, ¿cierto?. -Dijo bastante despistado y observando todo a su al rededor.
-Mmm... Esto... Sí, soy yo. ¿Es usted el amigo del que me habló mi abuelo?. -Preguntó algo dudoso Daniel.
-Sí, lo soy, perdona por la tardanza. Soy Jaime Benítez, puedes llamarme Jaime a secas, no muerdo. -Y soltando una leve risa le tendió su mano para estrechar ambas.
-Es un placer Don Jaime. -Daniel estrechó su mano con la suya notando todo aquel sudor que desprendía.
-No hace falta que me digas don, señor, ni me hables de usted, tu tranquilo, si quieres solo llámame Jaime. ¿Vamos hacía casa?. -Preguntó ya más relajado.
-Cuando quiera, yo le estaba esperando. -Le respondió Daniel con una leve sonrisa esbozada en su boca.


Tras esto ambos salieron, camino de la gran vía de aquella ciudad, y tras atravesar algunas calles que había justo en esta misma gran vía, llegaron hasta a un edificio bastante grande y que por lo que podía ver, no parecía haber sido precisamente barato, menos teniendo en cuenta que estaba a siete minutos de la misma gran vía.
Por el camino aquel hombre simplemente se limitó a decirle por donde ir, y ay en el mismo ascensor comenzó a disculparse por su tardanza. Le explicó que había tenido un problemilla en casa y se le pasó el tiempo bastante rápido y cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde. A Daniel la verdad es que no parecía importarle, solo quería algo de agua y poder dejar sus cosas, de las que no se había despegado, aunque fuesen en el suelo.
Ascendieron hasta el sexto piso y entraron en el sexto “B”. Aquella casa era bastante bonita, pero al pasar a la cocina, el ver aquellas botellas de alcohol medio vacías o rotas, encontrarse con medio paquete de tabaco casi liquidado en un cenicero y algunas cosas tiradas o destrozadas por el suelo le dieron mucho que pensar sobre los que vician en aquella casa, aunque Daniel prefería no juzgar hasta saber y conocer de verdad a aquellas personas a las que le acogían sin más.
Bebió agua y Jaime se acercó para decirle que el acompañase, lo dirigió hasta el final del único pasillo de aquella casa y le abrió la puerta de la derecha con tranquilidad, dando a ver una habitación limpia y ordenada, con una cama bastante amplia, unas paredes de un azul claro bastante bonito, un escritorio de madera bastante trabajado y antiguo, un armario empotrado en una de las paredes, pintado a semejanza e igualdad al color de la paredes, unas cuantas lejas con unos pocos libros y una bonita mesita de noche cerca de la cama. La verdad es que la habitación estaba muy bien, es más, disponía de un pequeño balcóncito que por lo visto conectaba casi todas las habitaciones de aquella casa, aunque tenían un pequeño muro entre balcón y balcón. Las puertas de cristal de el balcón estaba tapadas con unas finas cortinas azuladas bastante sedosas. Todo aquello al verdad es que le encantó, y la habitación tenia un toque acogedor, por lo que dejó sus cosas sobre la cama y el escritorio con mucho cuidado, aunque lo primero que hizo al hacer esto fue sacarse una pequeña foto que estaba escondida entre las páginas de un libro antiguo, era una fotografía de su madre. Sonrió con una leve lagrima y escondió la foto directamente de nuevo en aquel libro, el cual mezcló entre los de las lejas.


Emma estaba tranquila, andando por al calle junto a Bratt, el cual iba con ella en cierto modo para protegerla de cualquier tontería de Aidan, y en parte porque le gustaba, aunque eso ya saltaba a la vista.
Junto a ellos dos iban Camile, la hermana menor de Aidan, Delia, y Marta, que eran el grupillo de amigas que tenia Emma por la zona sin contar a Shara, la cual no había ido porque le había tocado tener que ir con su madre y su hermana a casa de sus tíos.
La verdad es que ya estaban algo cansadas de ir tienda por tienda y decidieron irse a sus respectivas casas y luego quedar algo más tarde, por el calor. Así que cada uno tomó su camino, todos menos Bratt, el cual no se separó de Emma hasta que llegaron a casa de esta y entraron juntos.
-Emma... Esto, si quieres esta tarde puedo venir antes, por recogerte y tal... -Dijo entrecortado Bratt.
-Bobo... No hace falta, hablé con mi madre y me ah dicho de llevarme ella. -Dijo con una sonrisa en su boca.
Algo sonrojado y cortado asintió. -De acuerdo, pues nada, nos vemos a las seis donde siempre, ¿va?.
-Claro que si bobito, tu tranquilo, que no va a pasarme nada, que las paredes no muerden, a lo mejor mi madre si, pero las paredes no. -Dijo regalando le una amplia sonrisa.
-Vale, cuídate va, luego nos...
De golpe Bratt fue interrumpido por la madre de la misma Emma en la misma puesta de casa y con una agradable sonrisa dijo cortando a ambos. -Anda Bratt, ¿te vas ya?. ¿Por qué no te quedas a comer en casa?. Yo invito, vosotros relajaos, así os llevo a los dos luego.
Bratt no sabía que decir, estaba algo más sonrojado, y mirando a Emma a los ojos como pidiendo permiso, de golpe, esta añadió.
-Anda pasa bobo, quédate por favor. -Dijo muy alegre y con unos ojos rogativos llenos de cariño.
-De acuerdo, me quedo a comer con ustedes, muchas gracias de verdad. -Respondió Bratt.
-No hay de que, anda pasad los dos que me acaparáis la puerta entera. -dijo la madre de Emma.
Ambos rieron sonrojados mirándose a los ojos, la verdad es que ninguno se lo esperaba.


Jaime estaba ordenando como podía la cocina, es más, en cuanto pudo Daniel salió de la habitación para ayudarle también, en parte por ayudar al pobre hombre y en parte por que le daba algo de cosa que todo estuviese tan sucio.
Tras limpiar toda la cocina Daniel estaba un poco manchado, una de las botellas se le volcó sobre la camiseta en un despiste e iba perdido por decirlo de algún modo. La verdad es que Jaime estaba bastante agradecido con al ayuda que le había ofrecido Daniel, uno de sus hijos volvería en un rato a casa y si llega a ver al cocina así seguro que le dedicaría una cara de asco y odio. De nuevo miró el reloj de la cocina, el cual había mirado muy de vez en cuando mientras limpiaban aquel estropicio y al ver la hora se llevó las manos a la cabeza.
-Mierda... Mierda... Mi mujer me mata, y mi hijo más de lo mismo... Oye Daniel, tengo que irme corriendo a por mi hijo mayor, estará esperándome como una media hora o más en casa de sus tíos, que esta con su madre, la que me mata como no lo recoja y lo lleve para casa, que no se fía de él... Bueno, el caso, que si quieres... Bueno, deberías... Esto, que creo que deberías ducharte, por lo de la botella y tal... Es que si llega mi mujer y te pilla así... Bueno que intentes estar presentable, me harías un favor... Si se enteran de lo de la cocina... Bueno que me marcho, el agua siempre esta caliente, por eso no te preocupes, el baño es el de la puerta de en medio del pasillo a al izquierda, adiós. - Dicho esto salió corriendo antes de que Daniel pudiera responder.
-Pues bueno... A ducharse se ha dicho. -Se dijo a si mismo Dani.
Daniel se fue a la que a partir de ahora hasta un tiempo sería su habitación, se cogió algo de ropa interior y desvistiéndose en la habitación casi por completo aprovechando que no había nadie se fue luego a la ducha.


Camile estaba de camino a su casa. Era una muchacha bastante atractiva, de un metro sesenta más o menos, un rostro bastante bonito, un pelo largo y algo rizado de un negro bastante oscuro, unos ojos de color gris claro bastante extraños a la vez que hermosos y unos labios rosados bastante resaltados sobre su piel de un tono carne cálido y por el color de su pelo y ojos. Vestía con unos pantalones cortos vaqueros, unos tacones de ultima moda de tacón ancho, y una camiseta algo ancha y metida bajo el pantalón, enseñando los hombros, que era de color blanca y azul a rayas horizontales.
Iba a un buen paso y en nada estaba subiendo por el ascensor, sacó de su bolso negro y pequeño unas llaves y abrió al puerta con cierta alegría de poder llegar y ponerse el aire acondicionado para quitarse en parte el calor de la calle, aunque tenia pensado darse una buena ducha nada más llegar y relajarse, cerró la puerta y se metió en su cuarto, dejo las cosas y cuando salió de la habitación para ir a la cocina la puerta del baño se abrió y de golpe se encontró con un chico de pelo negro y ojos azules, tapado por una toalla de cintura para abajo, col alguna que otra marca sobre su piel, la cual estaba aun algo mojada y el cual se quedó algo sorprendido, y muy sonrojado volvió a meterse dentro cerrando al puerta. Camile simplemente esbozó una sonrisa tonta, se había quedado a la vez que pillada por que hubiese alguien en casa a quien no conocía, y por otro lado, como ya sabía que venia un chico a vivir con ellos, algo atontada mirándolo de arriba a abajo disimuladamente, se llevó el dedo indice a la boca mientras este se había encerrado y con una leve risita y un leve sonrojo en las mejillas se fue alegré hacia el salón.
Daniel estaba en el baño, rojo y muy avergonzado, intentando calmarse, ya que le vieran así y encima vieran las marcas de su hermano no era algo agradable, mientras que Camile estaba en el salón, encendiendo el aire y con una sonrisa tonta, buscando el numero de una de sus amigas en el móvil, estaba bastante contenta de lo que acababa de ver y no iba a quedarse callada, y menos iba a intentar conocer quien era y saber de él, se podría decir que le acababa de entrar de lleno por los ojos.


Lo peor aun no había llegado, ya que Daniel no sabía que aquella chica era la hermana de Aidan, al cual golpeó con violencia hace muy poco.
Aun debían saberse muchas cosas, nuevas cosas iba apareciendo, nuevos problemas, nuevas oportunidades, mil cosas están aun por pasar con la vida de cada uno, aun queda... historia que contar.